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miércoles, 23 de enero de 2019

Samira (Cuéntamelo)

Os dejamos a continuación el relato de Claudia González Arnaiz titulado Samira y con el que consiguió el primer premio del II Certamen de relatos por la tolerancia en su categoría. Claudia fue alumna del centro y ahora está en el IES Bueno Crespo.


SAMIRA
Todos me llaman Max, aunque mi nombre es Máximo, soy de café con leche, café por mi padre y leche por mi madre.
La niña que está a mi lado, sentada en una silla de rueda de colores como pegatinas, se llama Samira.
Samira es del Sáhara. Los que me conocen saben que mi familia es especial, mis padres son médicos y mi tío cooperante, y ha traído a Samira y a su madre a España para que la vean los especialistas. Las piernas de Samira se fueron debilitando poco a poco. Como los saharauis viven en campamentos de refugiados ella no pudo ir al médico y en su cama se quedó hasta que una ONG una silla le llevó. ¡Vaya sin quererlo me ha salido un pareado!
A Sami no le funcionan las piernas, pero la cabeza y las manos a las mil maravillas, ya ha aprendido a hablar español, a mí que me encantan las palabras bellas, me está enseñando a decir amigo, felicidad, amor … en hassanía, que es la lengua del pueblo saharaui. El hassanía en un dialecto que proviene del árabe, y como yo no sé el alfabeto árabe, ella utiliza el alfabeto latino y escribe las palabras como se pronunciarían.
Cuando Sami y su mamá llegaron a casa usaban el hiyab en todo momento. Para los que no sepan de qué hablo me refiero al velo que usan las mujeres para cubrir la cabeza y el pecho, en presencia de varones adultos que no sean de su familia o en presencia de mujeres adultas no musulmanas. Ahora en casa no lo usan, con ese simple gesto nos están indicando, sin palabras, que somos familia.
No me sorprendió verlas con el hiyab, tengo compis de clases que lo usan y para mí es normal, lo que me llamó la atención de la madre de Sami es el “jlajel” que son unas alhajas en forma de ajorcas que lleva en los pies. Me encanta aprender cosas de otras culturas y así enriquecer mi vida.
Mi perro Bruno, que es un trasto, enganchó sus patitas en el cable de la aspiradora, mientras mí padre limpiaba el salón, y rompió el enchufe, se quedó toda la casa sin luz, Fatima, sin tilde porque es un nombre musulmán, cogió un destornillador y lo arregló en un pis pas. ¿Quién dice que las mujeres no pueden ser unas manitas?
En casa nos repartimos las tareas domésticas, los viernes después de cenar nos sentamos y decidimos que le corresponde a cada miembro de la familia, y por supuestos ellas dos entran en el reparto:son parte de la familia. Si esa semana papá cocina (que por cierto me encanta, hace comida típica de Angola, su país, la comida de allí es muy rica y sabrosa) y plancha; mamá pone la lavadora y friega los platos … Cada cual debe hacer su propia cama y ordenar su habitación. El sacar a Bruno, para que haga sus necesidades también va en el reparto de las tareas. A Sami le encanta sacar a Bruno, con un palo selfie recoge las cositas del perro. Los perros no son sucios, los guarros son los dueños.
Como he dicho antes me encantan las palabras, aprender distintas culturas, la comida de Angola… pero lo que no me gustan son los lunes, son un rollo, primer día de instituto después del fin de semana. ¡Menos mal! que los lunes me acompaña mi amigo Gustavo Jefferson, él es mi “kawsaqi”, es decir, mi mejor amigo, pero escrito en quechua. A Gustavo le encanta empujar la sillita de Samira, dice que es su fórmula uno.
Gustavo es granadino, tiene un acento que lo delata vaya donde vaya, pero sus padres son de Perú, y como sabe que me encantan las palabras me habla mucho en quechua.
El idioma no debería ser una barrera entre las personas, sino parte de nuestra riqueza universal y en estos tiempos en los que el inglés está tan de moda, deberíamos aprender lenguas minoritarias para que no caigan en el olvido y se conviertan en lenguas muertas.
Mi hermana también nos acompaña al instituto, ella y Samira se han hecho super amigas.
A Samira le encanta ir al instituto, en su país no hay escuelas, y las pocas que hay están muy lejos de donde ella vive, por lo que debería atravesar un gran territorio para llegar allí. Una de las cosas que más me chocó, es que los niños y niñas de su país se alegran por ir a la escuela, y aquí en España, lo último que queremos hacer cada día es ir a la escuela y tener que estudiar y hacer deberes.
Estos días estoy muy emocionado, dentro de poco los médicos operarán a Samira; ellos dicen que si todo sale bien con una buena rehabilitación podrá caminar. Ella dice que no está nerviosa, pero yo se que sí, por las noches la escucho rezar y pedir a Alá que todo vaya bien.
La mañana de la operación mis padres, Fatima y Samira, se levantaron muy temprano, prepararon todas las cosas y se dispusieron a marchar al hospital. Como esa noche no pude dormir, ya estaba despierto antes de que se fueran, por lo que me levanté y fui a despedirme de ella y a darle toda la suerte del mundo.
La operación salió muy bien. Con la ayuda de los fisioterapeutas Samira ha empezado a andar con muletas, en la última revisión la doctora le dijo que dentro de unos meses podrá dejar las muletas, justo para nuestro viaje de verano. Estuvimos pensando llevarla algún sitio turístico, para que conociese cultura y costumbres, después de mucho pensar, decidimos ir a la India, ¡ qué lugar mejor donde vivir una experiencia inolvidable y conocer el lugar donde nació mi prima!
La cosa que más me gusta de allí es la forma de saludarse diciendo la palabra namaste y uniendo las manos frente al pecho. En este país es raro ver un hombre y una mujer abrazarse o darse la mano, no siendo así en el caso del mismo sexo, ya que es habitual ver a dos hombres andar con las manos tomadas, lo cual sería raro en cualquier región de Europa o América. Muchas veces pensamos que la costumbre de llevar el velo las mujeres en la religión musulmana es una violación a sus derechos por ser mujer, y sin embargo vemos normal que en la India los hombres llevan barba y usen unos turbantes, los cuales son denominados sikhs.
La comida de ese país me encantó, sobre todo el masala dosa que es una crepe salada y el pollo tandoori. Allí rechazar comida que cualquiera te ofrece es de muy mala educación, en las grandes celebraciones como las bodas, cumpleaños y otras festividades, como muestra de respeto se da de comer con la mano directamente en la boca a los demás comensales y en las casas se suele usar un solo plato para varias personas.
Otra de las cosas que me encantó de nuestro viaje es la foto que nos hicimos en el Taj Mahal. Hablando de fotos me encanta la foto de mi vida, Samira saharaui, mi padre negro, mi madre blanca, Gustavo indio, mi hermana asiática y yo café con leche, tampoco me puedo olvidar de mi prima, ella es adoptada como mi hermana y es de la India.
Pensándolo mucho otra de las cosas que me encantan es este mundo en el que podemos vivir personas de distinta raza, religión, opinión. Me encanta lo que me cuentan los que viven lejos y los que viven cerca; me encanta que mi padre me cuente cuentos africanos (todos tienen una moraleja al final),el que más me gusta es el del “El ratón y el cazador”; me encanta el pollo moamba que le sale genial a papá; me encantan las palabras de Gustavo; me encanta que Samira me lea el Corán; me encanta verme en el espejo y notar que soy distinto de ti y de todos…. Cada uno somos únicos e irrepetibles. ¡Me encanta la diversidad étnica, cultural y lingüística!
Pensándolo un poco: no me gusta que miren a Fatima por llevar el velo; no me gusta que piensen que soy extranjero porque soy mulato, y que si fuese extranjero, mi padre lo es; no me gustan que miren a Samira además de por ser musulmana por ser inválida.

martes, 6 de marzo de 2018

Lectura

El viejo Eliahu

En un oasis escondido entre los mas lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo ELIAHU de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras. Su vecino HAKIM, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a ELIAHU transpirando, mientras parecía cavar en la arena.
-Que tal anciano? La paz sea contigo. 
-Contigo- contesto ELIAHU sin dejar su tarea. 
-Que haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos? 
-Siembro- contesto el viejo. 
-Que siembras aquí, ELIAHU? 
-Dátiles -respondió ELIAHU mientras señalaba a su alrededor el palmar. 
-Dátiles!!!- repitió el recién llegado, y cerro los ojos como quien escucha la mayor estupidez. 
-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor. 
-No debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos... 
-Dime, amigo: Cuantos años tienes? 
-No se... sesenta, setenta, ochenta, no se... lo he olvidado... pero eso que importa? 
-Mira amigo, los datileros tardan mas de 50 años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los 101 años, pero tu sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo. 
-Mira Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea. 
-Me has dado una gran lección, ELIAHU, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste - y diciendo esto, HAKIM le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero. 
-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves , a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseche una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo. 
-Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. déjame pues que pague esta lección con otra bolsa de monedas. 
-Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseche no solo una, sino dos veces. 
-Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte...

domingo, 25 de febrero de 2018

Lectura

¿CÓMO CRECER? 


Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo. 


El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino. Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa. La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. 


Entonces encontró una planta, una fresa, floreciendo y más fresca que nunca. El rey preguntó: ¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío? No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresas. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. 


En aquel momento me dije: "Intentaré ser Fresa de la mejor manera que pueda". 


Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mírate a ti mismo. No hay posibilidad de que seas otra persona. Puedes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por ti, o puedes marchitarte en tu propia condena...

domingo, 18 de febrero de 2018

Lectura.

El perrito cojo. Fábula.

El dueño de una tienda estaba poniendo en la puerta un cartel que decía:
“Cachorros en venta”. Como esa clase de anuncios siempre atrae a los niños, de pronto apareció un pequeño y le preguntó:
—¿Cuál es el precio de los perritos?
El dueño contestó:
—Entre treinta y cincuenta dólares. El niñito se metió la mano al bolsillo y sacó unas monedas.
—Sólo tengo $2,37. ¿Puedo verlos?
El hombre sonrió y silbó. De la trastienda salió una perra seguida por cinco perritos, uno de los cuales se quedaba atrás. El niñito inmediatamente señaló al cachorrito rezagado.
—¿Qué le pasa a ese perrito? —preguntó.
El hombre le explicó que el animalito tenía la cadera defectuosa y cojearía por el resto de su vida. El niño se emocionó mucho y exclamó:
—¡Ese es el perrito que yo quiero comprar!
Y el hombre replicó:
—No, tú no vas a comprar ese cachorro. Si realmente lo quieres, yo te lo regalo.
El niñito se disgustó y, mirando al hombre a los ojos, le dijo:
—No, no quiero que usted me lo regale. Creo que vale tanto como los otros perritos, y le pagaré el precio completo. De hecho, le voy a dar mis $2,37 ahora y cincuenta centavos cada mes, hasta que lo haya pagado todo.
El hombre contestó:
—Hijo, en verdad no querrás comprar ese perrito. Nunca será capaz de correr, saltar y jugar como los otros.
El niñito se agachó y levantó su pantalón para mostrar su pierna izquierda, retorcida e inutilizada, soportada por un gran aparato de metal. Miró de nuevo al hombre y le dijo:
—Bueno, yo no puedo correr muy bien tampoco, y el perrito necesitará a alguien que lo entienda.
El hombre se mordió el labio y, con los ojos llenos de lágrimas, dijo:
—Hijo, espero que cada uno de estos cachorritos tenga un dueño como tú.

En la vida no importa quiénes somos, sino que alguien nos aprecie por lo que somos, nos acepte y nos ame incondicionalmente.

domingo, 11 de febrero de 2018

Lectura

El verdadero valor del anillo

- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo ganas de hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
- Cuánto lo siento, muchacho. No puedo ayudarte, ya que debo resolver primero mi propio problema. Quizá después… -y haciendo una pausa, agregó- : Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
- E… encantado, maestro –titubeó el joven, sintiendo que de nuevo era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
- Bien –continuó el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda y, dándoselo al muchacho, añadió- : Toma el caballo que está ahí fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, y no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó al mercado empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes, que lo miraban con algo de interés hasta que el joven decía lo que podía por él.
Cuando el muchacho mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le giraban la cara y tan sólo un anciano fue lo bastante amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa para entregarla a cambio de un anillo. Con afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un recipiente de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.
Después de ofrecer la joya a todas las personas que se cruzaron con él en el mercado, que fueron más de cien, y abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener una moneda de oro para entregársela al maestro y liberarlo de su preocupación, para poder recibir al fin su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
- Maestro –dijo-, lo siento. No es posible conseguir lo que me pides. Quizás hubiera podido conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
- Eso que has dicho es muy importante, joven amigo –contestó sonriente el maestro-. Debemos conocer primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar tu caballo y ve a ver al joyero. ¿Quién mejor que él puede saberlo? Dile que desearías vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca: no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo al chico:
- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya mismo, no puedo darle más de cincuenta y ocho monedas de oro por su anillo.
- ¿Cincuenta y ocho monedas? –exclamó el joven.
- Sí –replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de setenta monedas, pero si la venta es urgente…
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
- Siéntate –dijo el maestro después de escucharlo-.Tú eres como ese anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un verdadero experto. ¿Por qué vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.


Cuento sefardí extraído de
”Déjame que te cuente” de Jorge Bucay

Después de leer el texto intenta contestar las siguientes preguntas:

Cuestionario
1.- ¿Por qué fue el muchacho a ver al sabio maestro?
2.- ¿Cómo se sintió el muchacho cuando el maestro le dijo que no podía ayudarle hasta que resolviese primero su problema?
3.- ¿En qué consistía el problema que tenía que resolver el maestro?
4.- ¿Qué tenía que hacer el muchacho para ayudar al maestro a resolver su problema?
5.- ¿Tenía el maestro que vender realmente su anillo?
6.- ¿Crees que los mercaderes valoraron correctamente el anillo?
7.- ¿De qué material sería el anillo?
8.- ¿Piensas que el maestro confiaba mucho en el muchacho? ¿Por qué?
9.- ¿Qué opinas del comportamiento de los mercaderes que se reían del muchacho?
10.- ¿Qué lección has aprendido de este cuento?

lunes, 11 de diciembre de 2017

Cuento de Navidad: El milagro de la Navidad

La Navidad es una época llena de milagros y si no me crees escucha esta historia. Todo empezó con un profesor que decidió asignarles una tarea diferente a sus estudiantes en la víspera de Navidad. Al terminar la clase les dijo: – “Es tiempo de compartir nuestro corazón, así que lleven a tantos niños como puedan la alegría de esta Navidad”.
Fue así como un grupo de muchachos se animaron a cumplir con la asignación del profesor y salieron a comprar algunos regalos, que envolvieron y colocaron dentro de un saco. En Nochebuena decidieron que el mejor lugar para repartirlos era el hospital más cercano, donde seguro habían niños anhelando recibir los regalos de Santa.
Disfrazados de Santa Claus y cantando villancicos se aparecieron por sorpresa en el hospital, donde creían que a lo sumo encontrarían una docena de niños. Pero la realidad era que habían muchos más niños aquella noche internados, alrededor de una treintena. Los niños miraban expectantes y con júbilo, esperando a ver qué sorpresas les traían estos Santas.
Los muchachos quedaron desconcertados, sabían que los juguetes que habían comprado no eran suficientes para tantos niños, pero tampoco podían romper sus corazones. Finalmente intentando no decepcionarlos, comenzaron a repartir los juguetes que traían a los más pequeñines, y acordaron que cuando se terminaran le explicarían lo sucedido a los más grandes.
Pero cuál fue la sorpresa al notar que cada vez que buscaban dentro del saco un regalo más, lo encontraban. Cada niño recibió su juguete y los muchachos apenas podían creer lo que había sucedido aquella noche. Sin poderle dar otra explicación a aquel problema que matemáticamente no tenía solución, decidieron pensar que se trataba de un milagro de la Navidad.
¿Qué te ha parecido esta historia, increíble verdad? Pues más increíble te parecerá saber que tú también tienes tu propio saco y este nunca se vacía. Está muy dentro de ti, llenito de alegría, amor y cosas que ofrecer. No esperes más y abre ese saco que es tu corazoncito y compártelo con todos los que te rodean en esta Navidad.

domingo, 26 de marzo de 2017

Lectura

El sembrador de dátiles

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.
Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena.

- Que tal anciano? La paz sea contigo.
– Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea.
- ¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
- Siembro -contestó el viejo.
- ¿Qué siembras aquí, Eliahu?
- Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar.
- ¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez.

- El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
– No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos…
- Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?
- No sé… sesenta, setenta, ochenta, no sé.. lo he olvidado… pero eso, ¿qué importa?
- Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
- Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto… y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.

-Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste – y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tu me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.



domingo, 19 de febrero de 2017

Lectura - La esposa sorda

Un tipo llama por teléfono al médico de cabecera de la familia:
— Ricardo, soy yo: Julián.
— Ah, ¿qué dices, Julián?
— Mira, te llamo preocupado por María.
— Pero, ¿qué pasa?
— Se está quedando sorda.
— ¿Cómo que se está quedando sorda?
— Y si, amigo, necesito que la vengas a ver.
— Bueno, la sordera en general no es una cosa repentina ni aguda, así que el lunes que venga al consultorio y la reviso.
— Pero, ¿te parece esperar hasta el lunes?
— ¿Cómo te diste cuenta de que no oye?
— Ah... porque la llamo y no contesta.
— Mira, puede tener un tapón en la oreja. A ver, hagamos una cosa: vamos a detectar el nivel de la sordera de María; ¿dónde estás tú?
— En el dormitorio.
— Y ella ¿dónde está?
— En la cocina.
— Bueno, llámala desde ahí.
— MARIAAA... No, no oye.
— Bueno, acércate a la puerta del dormitorio y grítale por el pasillo.
— MARIIIAAA... No, amigo mío, no contesta.
— Espera, no te desesperes. Coge el teléfono inalámbrico y acércate por el pasillo llamándola para ver cuándo te oye.
— MARIAA, MARIIAAA, MARIIIAAAA... No hay caso, Estoy parado en la puerta de la cocina y la veo, está de espaldas lavando los platos, pero no me oye. MARIIIAAA... No hay caso.
— Acércate más. El tipo entra en la cocina, se acerca a María, le pone una mano en el hombro y le grita en la oreja: MARIIIAAAA!
La esposa furiosa se da vuelta y le dice:
— ¿Qué quieres? ¡¿QUE QUIERES, QUE QUIEREEEES?!, ya me llamaste como diez veces y diez veces te contesté ¿QUÉ QUIERES?... Tú cada día estás más sordo, no sé por qué no consultas al médico de una vez...

Jorge Bucay

lunes, 5 de diciembre de 2016

El elefante atado

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba eran los animales. Me llamaba poderosamente la atención, el elefante. Después de su actuación, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo la estaca era un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría con facilidad arrancar la estaca y huir.

¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando era chico, pregunte a los grandes. Algunos de ellos me dijeron que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces, la pregunta obvia:
– Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, me olvidé del misterio del elefante y la estaca.
Hace algunos años descubrí que alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta: “El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.”
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Imaginé que se dormía agotado y al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día y al otro…
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque
¡Cree que no puede!
Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza.
Y tú, ¿tienes algo de elefante?
Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que “no podemos” hacer un montón de cosas simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos. Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: no puedo, no puedo y nunca podré.
Muchos de nosotros crecimos portando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar ni cuestionar. Esto es lo que nos pasa, vivimos condicionados por el recuerdo de una persona que ya no existe en nosotros, que no pudo. Tu única manera de saber si PUEDES es intentarlo poniendo en ello TODO TU CORAZÓN!.

Fuente: autor Jorge Bucay

martes, 22 de noviembre de 2016

Lectura: El maestro sufi

El maestro sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma... 

- Maestro - lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado... 
- Pido perdón por eso. - se disculpó el maestro - Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico melocotón. 
- Gracias maestro. - respondió halagado el discípulo. 
- Quisiera, para agasajarte, pelarte tu melocotón yo mismo. ¿Me permites? 
- Si. Muchas gracias - dijo el alumno. 
- ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano el cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?... 
- Me encantaría... Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro... 
- No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte... Permíteme también que te lo mastique antes de dártelo... 
- No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! - se quejó sorprendido el discípulo. 

El maestro hizo una pausa y dijo: 

- Si yo les explicara el sentido de cada cuento... sería como darles a comer una fruta masticada.


Cuentos para pensar. Jorge Bucay

jueves, 3 de noviembre de 2016

El hombre que se creía sabio

El hombre que se creía sabio
Adaptación de la fábula de Tomás de Iriarte

Vivía en Madrid un hombre al que todos consideraban un zoquete, pero que era inmensamente rico. Su casa era un palacete rodeado de jardines en el centro de la capital. Cualquiera que llegaba a esa mansión, con sólo echarle un vistazo a la fachada, imaginaba que  alguien muy  importante y distinguido vivía allí.

Una vez dentro, cada salón era más grande y ostentoso que el anterior. Enormes lámparas de cristal colgaban de los techos y exquisitos muebles llenaban todos los espacios.  Estaba claro que el dueño no había escatimado dinero en construir una de las mejores casas del país.

Un día, un amigo le visitó. Recorrió todas las estancias y con cierta extrañeza, le hizo un comentario que le descolocó.

– ¡Tienes una casa impresionante! Se nota que has mandado traer magníficos objetos y las mejores antigüedades de los más recónditos lugares del mundo, pero no he visto ni un solo libro en toda la casa… ¿Cómo es posible que no tengas una buena colección? – dijo enarcando las cejas con gesto de sorpresa – Los libros son los mejores maestros que existen, pues resuelven todas las dudas, abren la mente a nuevas ideas y nos acompañan toda la vida.

– Tienes razón – respondió el hombre rico, pensativo – ¿Cómo es que no se me ha ocurrido antes?

– Bueno… Todavía estás a tiempo. Tienes espacio de sobra para construir una librería y llenarla de libros interesantes.

– ¡Sí, eso haré! Ahora mismo mando llamar al mejor ebanista de la ciudad para que haga una librería de madera pulida a lo largo de toda la pared del salón principal. Después, me ocuparé de comprar por lo menos doce mil libros que abarquen todos los temas, desde las ciencias a la astronomía, pasando por el arte, la cocina y los viajes ¡Que no se diga que no soy un hombre culto!

Pasaron los días y los enormes estantes estuvieron perfectamente terminados  ¡Ya sólo le faltaba colocar en ellos los libros!

– Uf, qué pereza tener que ir a comprar tanto libro… – pensó el dueño de la casa – ¿No será mejor poner libros falsos? En realidad, van a quedar igual de bien y adornarán estupendamente el salón.
Lo pensó durante un rato y al final se decidió.

– ¡Sí, eso haré! Avisaré al pintor que suele trabajar para mí y le diré que coja tacos de madera de diferentes tamaños, que los recubra con piel y luego escriba uno a uno, con letras doradas,  el título de los libros más importantes de la literatura antigua y moderna ¡Parecerán tan reales que nadie notará la diferencia!

Tres meses  después, el pintor había concluido su trabajo. El dueño de la casa pensó que la obra había quedado tal y como él quería. Uno podía acercarse a tres centímetros y no darse cuenta de que los libros eran de mentira.

– ¡Qué elegantes quedan en mi salón!– se enorgullecía – No falta ni un libro importante, están todos aquí.

Tan satisfecho se sentía, que una y otra vez hacía un repaso de todos los tomos, hasta el punto que se aprendió todos los títulos de memoria.

– ¡Fantástico! Conozco todos los libros que tengo en la librería. Ahora no soy solamente un hombre rico, sino un hombre sabio.

Y aquí termina la historia de este hombre, rico pero memo,  al que en realidad, aprender le daba lo mismo. No fue más sabio por saberse los títulos, sino más ignorante por despreciar todo lo que en ellos se aprende.

Moraleja: la verdadera sabiduría se adquiere leyendo las cosas que a uno le interesan  y le aportan ideas  y nuevos conocimientos.


 (c) CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA

miércoles, 19 de octubre de 2016

Fábula

Adaptación de una antigua fábula de China

Había una vez dos culebras que vivían tranquilas y felices en las aguas estancadas de un pantano. En este lugar tenían todo lo que necesitaban: insectos y pequeños peces para comer, sitio de sobra para moverse y humedad suficiente para mantener brillantes y en buenas condiciones sus escamas.
Todo era perfecto, pero sucedió  que llegó una estación más calurosa de lo normal y el pantano comenzó a secarse. Las dos culebras intentaron permanecer allí a pesar de que  cada día la tierra se resquebrajaba y se iba agotando el agua para beber. Les producía mucha tristeza  comprobar que su enorme y querido pantano de aguas calentitas se estaba convirtiendo en una mísera charca, pero era el único hogar que conocían y no querían abandonarlo.
Esperaron y esperaron las deseadas lluvias, pero éstas no llegaron. Con mucho dolor de corazón,  tuvieron que tomar la dura decisión de buscar otro lugar para vivir.
Una de ellas, la culebra de manchas oscuras, le dijo a la culebra de manchas claras:
– Aquí solo quedan piedras y barro. Creo, amiga mía, que debemos irnos ya o moriremos deshidratadas.
– Tienes toda la razón, vayámonos ahora mismo. Tú ve delante, hacia el norte, que yo te sigo.
Entonces, la culebra de manchas oscuras, que era muy inteligente y cautelosa, le advirtió:
– ¡No, eso es peligroso!
Su compañera  dio un respingo.
– ¿Peligroso? ¿Por qué lo dices?
La sabia culebra se lo explicó de manera muy sencilla:
– Si vamos en fila india los humanos nos verán y nos cazarán sin compasión ¡Tenemos que demostrar que somos más listas que ellos!
– ¿Más listas que los humanos? ¡Eso es imposible!
– Bueno, eso ya lo veremos. Escúchame atentamente: tú te subirás sobre mi lomo pero con el cuerpo al revés y así yo meteré mi cola en tu boca y tú tu cola en la mía. En vez de dos serpientes pareceremos un ser extraño, y como los seres humanos siempre tienen miedo a lo desconocido, no nos harán nada.
– ¡Buena idea, intentémoslo!
La culebra de manchas claras se encaramó sobre la culebra de manchas oscuras y cada una sujetó con la boca la cola de la otra. Unidas de esa forma tan rara, comenzaron a reptar.  Al moverse sus cuerpos se bamboleaban cada uno para un lado formando una especie de ocho que se desplazaba sobre la hierba.
Como habían sospechado, en el camino se cruzaron con varios campesinos y cazadores, pero todos, al ver a un animal tan enigmático, tan misterioso, echaron a correr muertos de miedo, pensando que se trataba de un demonio o un ser de otro planeta.
El inteligente plan funcionó, y al cabo de varias horas, las culebras consiguieron su objetivo: muy agarraditas, sin soltarse ni un solo momento, llegaron a tierras lluviosas y fértiles donde había agua y comida en abundancia. Contentísimas, continuaron tranquilas con su vida en este nuevo y acogedor lugar.
Moraleja: Si alguna vez te surge un problema,  lo mejor que puedes hacer es analizar todas las ventajas e inconvenientes  de la situación. Si piensas las cosas con tranquilidad y sabiduría, seguro que encontrarás una buena solución.
Las dos culebras(c) CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA

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Fábulas para niños

viernes, 30 de septiembre de 2016

Lectura: "El oso habla"

El oso habla


Un día, el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se había caído. El zar era caprichoso, autoritario y cruel (como todos los que se enmarañan durante demasiado tiempo en el poder). Así que furioso por la ausencia del botón, mando buscar al sastre y ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado por el hacha del verdugo.
Nadie contradecía al emperador de todas la Rusias, así que la guardia fue hasta la casa del sastre y, arrancándolo de entre los brazos de su familia, lo llevó a la mazmorra del palacio para esperar allí la muerte.

Al atardecer, cuando el carcelero le llevó al sastre la última cena, esté meneó la cabeza y musitó:

– Pobre zar.

El guardia no pudo evitar la carcajada.


– ¿Pobre zar? Pobre de ti.  Tu cabeza quedará bastante lejos de tu cuerpo mañana mismo.

– Tu no lo entiendes – dijo el sastre – ¿Qué es lo más importante para nuestro zar?
– ¿Lo más importante? – contestó el guardia.-  No lo sé… Su pueblo.
– No seas estúpido. Digo algo realmente importante para él.
– ¿Su esposa?
– ¡Más importante!
– ¡Los diamantes! – creyó adivinar el carcelero.
– ¿Qué es lo más le importa al zar en el mundo?
– ¡Ya lo sé! ¡su oso!  ¿y?
– Mañana, cuando el verdugo termine conmigo... el zar perderá su única oportunidad de conseguir que su oso hable.
– ¿Tú eres entrenador de osos?
– Un viejo secreto familiar – dijo el sastre – Pobre zar.

Deseoso de ganarse favores con el zar, el pobre guardia corrió a cantarle al soberano su descubrimiento. ¡El sastre sabia enseñar a hablar a los osos!
El zar estaba encantado. Mandó a buscar inmediatamente al sastre, y cuando lo tuvo frente a si le ordenó:

– ¡Enséñale a mi oso nuestro lenguaje!

El sastre bajó la cabeza.



– Me encantaría complacerle, ilustrísima, pero enseñar a hablar a un oso es una tarea ardua y lleva tiempo. Lamentablemente, tiempo es lo que menos tengo.
– ¿Cuánto tiempo llevará el aprendizaje? – preguntó el zar.
– Depende de la inteligencia del oso…
– ¡El oso es inteligente! – interrumpió el zar. De hecho es el oso más inteligente de todos los osos de Rusia.
– Bien. Si el oso es inteligente y siente deseos de aprender …  el aprendizaje duraría aproximadamente ¡dos años!
El zar pensó durante un momento.
– Bien tu pena será suspendida durante dos años mientras entrenes al oso. ¡Mañana empezarás! – ordenó.
– Alteza – dijo el sastre Si tú mandas al verdugo a ocuparse de mi cabeza, mañana estaré muerto. Mi familia se las ingeniará para sobrevivir. Pero si me conmutas la pena, ya no tendré tiempo para dedicarme a tu oso. Deberé trabajar de sastre para mantener a mi familia.
– Eso no es un problema – dijo el zar
– A partir de hoy, y durante dos años, tú y tu familia estaréis bajo la protección real.  Seréis vestidos, alimentados y educados con el dinero del zar. Nada que necesitéis o deseéis os será negado.  Pero, eso sí: si dentro de dos años el oso no habla …  te arrepentirás de haber pensado esta propuesta. Rogarás que el verdugo te hubiera matado. Entiendes, ¿verdad?
– Si, alteza.
– Bien, ¡guardias! – grito el zar Que lleven al sastre a su casa en el carruaje de la corte. Dadle dos bolsas de oro, comida y regalos para los niños. ¡Ya! ¡Fuera!


El sastre, en reverencia y caminando hacia atrás, empezó a retirarse mientras musitaba  agradecimientos.


– No lo olvides – le dijo el azar apuntándolo con el dedo directamente a la frente, si en dos años el oso no habla …

Cuando todos en casa lloraban por la pérdida del padre de familia, el sastre apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente, eufórico y con regalos para todos. La esposa del sastre no cabía en sí de asombro. Su marido, al que pocas horas antes se le había llevado al cadalso, volvía ahora, acaudalado y exultante.
Cuando estuvieron solos, el hombre le contó los hechos


– ¡Estás loco! – gritó la mujer ¡Enseñar a hablar al oso del zar!  Tú, que ni siquiera has visto a un oso de cerca. Estás loco. Enseñar a hablar a un oso. Loco, estás loco.
– Calma, mujer, calma. Mira, me iban a cortar la cabeza mañana al amanecer, y ahora tengo dos años. En dos años pueden pasar tantas cosas. 
En dos años – siguió el sastre – se puede morir el zar. Me puedo morir yo. Y lo más importante: ¡A lo mejor el oso habla!

Fuente: Cuentos para pensar de Jorge Bucay


miércoles, 25 de mayo de 2016

Leyenda: El conejo en la Luna



Esta noche mirad la Luna, a ver si descubrís al conejo de la leyenda.

Si os gustan las leyendas y queréis leer algunas podéis hacerlo pinchando en la siguiente imagen. Esperamos que os gusten.



viernes, 22 de abril de 2016

Semana cultural 22/04/2016


  • Lectura en familia 5º A y B



  • Lectura bajo el cielo 5º A y B - Infantil 4 años A y B


Más fotos de la actividad en el blog de infantil



domingo, 10 de abril de 2016

Lectura: Torneo de canto

Torneo de canto
Una vez, llegó a la selva un búho que había estado en cautiverio y explicó a todos los demás animales las costumbres de los humanos.
Contaba, por ejemplo, que en las ciudades los hombres clasificaban a los artistas por competencias, a fin de decidir quiénes eran los mejores en cada disciplina: pintura, dibujo, escultura, canto…
La idea de adoptar costumbres humanas prendió con fuerza entre los animales y quizá por ello se organizó de inmediato un concurso de canto, en el que se inscribieron rápidamente casi todos los presentes, desde el jilguero hasta el rinoceronte.
Guiados por el búho, que había aprendido en la ciudad, se decretó que el concurso se fallaría por voto secreto y universal de todos los concursantes, que, de este modo, serían su propio jurado.
Así fue. Todos los animales, incluido el hombre, subieron al estrado y cantaron, recibiendo un mayor o menor aplauso de la audiencia. Después anotaron su voto en un papelito y lo colocaron, doblado, en una gran urna que estaba vigilada por el búho.
Cuando llegó el momento del recuento, el búho subió al improvisado escenario y, flanqueado por dos ancianos monos, abrió la urna para comenzar el recuento de los votos de aquel “transparente acto electoral”, “gala del voto universal y secreto” y “ejemplo de vocación democrática”, como había oído decir a los políticos de las ciudades.
Uno de los ancianos sacó el primer voto, y el búho, ante la emoción general, gritó:
-El primer voto, hermanos, es para nuestro amigo el burro.
Se produjo un silencio, seguido de algunos tímidos aplausos.
-Segundo voto: ¡el burro!
Desconcierto general.
-Tercero: ¡el burro!
Los concurrentes empezaron a mirarse unos a otros, sorprendidos al principio, con ojos acusadores después y, por último, al seguir apareciendo votos por el burro, cada vez más avergonzados y sintiéndose culpables por sus propios votos.
Todos sabían que no había peor canto que el desastroso rebuzno del equino. Sin embargo, uno tras otro, los votos lo elegían como el mejor de los cantantes.
Y así, sucedió que, terminado el escrutinio, quedó decidido por “libre elección del imparcial jurado” que el desigual y estridente grito del burro era el ganador.
Y fue declarado como “la mejor voz de la selva y alrededores”.
El búho explicó después lo sucedido: cada concursante, considerándose a sí mismo el indudable vencedor, había dado su voto al menos cualificado de los concursantes, aquél que no podía representar amenaza alguna.
La votación fue casi unánime. Sólo dos votos no fueron para el burro: el del propio burro, que creía que no tenía nada que perder y había votado sinceramente por la calandria, y el del hombre, que, cómo no, había votado por sí mismo.
Jorge Bucay

jueves, 3 de marzo de 2016

Lectura

El verdadero valor del anillo

- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo ganas de hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
- Cuánto lo siento, muchacho. No puedo ayudarte, ya que debo resolver primero mi propio problema. Quizá después… -y haciendo una pausa, agregó- : Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
- E… encantado, maestro –titubeó el joven, sintiendo que de nuevo era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
- Bien –continuó el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda y, dándoselo al muchacho, añadió- : Toma el caballo que está ahí fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, y no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó al mercado empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes, que lo miraban con algo de interés hasta que el joven decía lo que podía por él.
Cuando el muchacho mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le giraban la cara y tan sólo un anciano fue lo bastante amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa para entregarla a cambio de un anillo. Con afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un recipiente de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.
Después de ofrecer la joya a todas las personas que se cruzaron con él en el mercado, que fueron más de cien, y abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener una moneda de oro para entregársela al maestro y liberarlo de su preocupación, para poder recibir al fin su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
- Maestro –dijo-, lo siento. No es posible conseguir lo que me pides. Quizás hubiera podido conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
- Eso que has dicho es muy importante, joven amigo –contestó sonriente el maestro-. Debemos conocer primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar tu caballo y ve a ver al joyero. ¿Quién mejor que él puede saberlo? Dile que desearías vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca: no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo al chico:
- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya mismo, no puedo darle más de cincuenta y ocho monedas de oro por su anillo.
- ¿Cincuenta y ocho monedas? –exclamó el joven.
- Sí –replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de setenta monedas, pero si la venta es urgente…
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
- Siéntate –dijo el maestro después de escucharlo-.Tú eres como ese anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un verdadero experto. ¿Por qué vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.


Cuento sefardí extraído de
”Déjame que te cuente” de Jorge Bucay

Después de leer el texto intenta contestar las siguientes preguntas:

Cuestionario
1.- ¿Por qué fue el muchacho a ver al sabio maestro?
2.- ¿Cómo se sintió el muchacho cuando el maestro le dijo que no podía ayudarle hasta que resolviese primero su problema?
3.- ¿En qué consistía el problema que tenía que resolver el maestro?
4.- ¿Qué tenía que hacer el muchacho para ayudar al maestro a resolver su problema?
5.- ¿Tenía el maestro que vender realmente su anillo?
6.- ¿Crees que los mercaderes valoraron correctamente el anillo?
7.- ¿De qué material sería el anillo?
8.- ¿Piensas que el maestro confiaba mucho en el muchacho? ¿Por qué?
9.- ¿Qué opinas del comportamiento de los mercaderes que se reían del muchacho?
10.- ¿Qué lección has aprendido de este cuento?