viernes, 29 de mayo de 2015

Nueva propuesta

A continuación os proponemos realizar un trabajo que han realizado nuestros compas de 5º A. Quedan muy chulos.


Menús para monstruos

Os dejamos unas fotos de los menús para monstruos que habéis elaborado. ¡Enhorabuena por vuestro trabajo!


domingo, 24 de mayo de 2015

Lectura - Galletitas


                                    Galletitas

A una estación de trenes llega una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación.
Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista, luego pasa al kiosco y compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa.
Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario.
Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, como el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente. La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con un gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.
Por toda respuesta, el joven sonríe… y toma otra galletita.
La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.
El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.
Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita. “No podrá ser tan caradura”, piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas. Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora.
- Gracias - dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.
- De nada – contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.
El tren llega. Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: “Insolente”. Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas… ¡intacto!

viernes, 22 de mayo de 2015

Viaje de 6º

El lunes nuestro alumnado de sexto se va de viaje de estudios al Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas en Jaén. 

Desde el equipo de la biblioteca os deseamos que disfrutéis de estos días y que os lo paséis genial. Como pequeño adelanto os dejamos unas fotos de la zona que vais a visitar.


jueves, 21 de mayo de 2015

Platero y Juan Ramón visitan el cole

Esta mañana en el cole hemos recibido una visita inesperada. Nos han visitado Juan Ramón Jiménez y Platero. Han venido en respuesta a la carta que los niños y niñas de 3ºA le escribieron en nuestra revista escolar. ¿Queréis saber lo que decía la carta? Pues la podéis leer en las siguientes imágenes. 
También os dejamos unas fotos de la visita de Platero y de Juan Ramón a nuestro cole. Esperamos que os gusten.









martes, 19 de mayo de 2015

Más carteles (en inglés)

¿Os animáis a hacer los comentarios en inglés? Venga, que no es tan difícil... Seguro que podéis!!



Lectura

MI HERMANA AIXA

Cuando papá y mamá me dijeron que iba a tener una hermanita me hizo mucha ilusión, es verdad, pero no pasó aquello de que a mi madre le creciera la barriga ni nada de nada. Cuando nací yo, sí… Bueno, no me acuerdo, pero tía Sonia me ha enseñado fotografías de mi madre con una barriga enorme y después normal, conmigo en los brazos. Aixa no; Aixa no salió de la barriga de mamá: ella vino en avión desde África.

A mí me gusta mucho nadar, a Aixa también; pero ella no avanza tan rápido como yo porque es pequeña y porque con una sola pierna es difícil. Lo sé porque un día, en la piscina, lo probé y me hundía… ¡Tragué tanta agua! Después, a la hora de la cena, la barriga no paraba de hacerme ruidos muy raros todo el rato y Aixa y papá se desternillaban de risa. A veces hago tonterías adrede para que se rían y mamá, que en el fondo también se muere de risa pero se la aguanta, dice que soy un sinvergüenza y que cuando sea mayor seré un payaso.

Durante el recreo, sobre todo los días que llueve, mi hermana siempre consigue golosinas, cromos o, incluso, trozos enormes de desayuno (bocadillos más buenos que los de mamá, que siempre son de pavo y queso de bola), porque se los dan las niñas y niños a cambio de que les enseñe la herida. Cuando lo hace voy yo y, como ya se la he visto muchas veces, vigilo que nadie mire sin que Aixa quiera. Los dos nos reímos de las caras de miedo y de asco que ponen y, una vez, incluso Joaquín, que es mayor porque es repetidor, se mareó cuando Aixa le enseñó la pierna cortada y tuvieron que llevárselo a la enfermería. Mientras se toca las cicatrices, ella les dice que ahora no le duelen, que sólo le pica un poco; pero un día en casa, me contó que sintió un dolor muy fuerte y al acordarse le cayeron algunas lágrimas, pocas. Nunca más la he visto llorar. Me parece que es por eso que a ella ya no le dan miedo las inyecciones y, en cambio, yo todavía muchas veces lloro si me tienen que pinchar y prefiero tomarme un jarabe, por muy amargo que sea. Quien inventó las minas antipersona no tuvo una idea brillante, pero quien inventó las inyecciones tampoco.

Ayer mamá me mostró un folleto donde aparecía un montón de fotografía de cómo va a ser la pierna nueva de mi hermana. Es una pasada; Aixa dice que nunca ha visto una así. La que tiene ahora es de hierro y cubierta de plástico y con un pie negro al final, más oscuro que la piel de Aixa, que es del color de esos caramelos tan dulce que te los comes y se te pegan a los dientes de arriba y a los de abajo a la vez y no puedes abrir la boca. Le diré al señor Bombilla-de-algodón, que es el inventor de la pierna, que se fije bien en el color de la piel de Aixa, porque a nadie le gusta tener un pie de cada color, aunque mi hermana está tan contenta que puede que en esta ocasión le dé igual.

Por tercera vez en su vida, tendrá que aprender a andar, pero dice que no le da pereza porque podrá marcar más goles, podrá ir en bicicleta de verdad, pedaleando y no empujándose con las muletas, sin que nadie la sujete por detrás. Le prometo que le enseñaré a mantener el equilibrio. Me pregunta si le dejaré mi bicicleta. Le digo que sí y pienso que a lo mejor, si rompo la hucha, tendré suficiente dinero para regalarle una nueva. Se la compraré azul oscuro, brillante, que es su color preferido, con marchas.

Así podrá correr, podrá ir más y más lejos, quizá hasta África… Y yo estaré junto a ella.



Meri Torras. Mi hermana Aixa. La Galera.

viernes, 15 de mayo de 2015

Lectura

LA OLLA EMBARAZADA
Un señor le pidió una tarde a su vecino una olla prestada. El dueño de la olla no era demasiado solidario, pero se sintió obligado a prestarla. A los cuatro días, la olla no había sido devuelta, así que, con la excusa de necesitarla fue a pedirle a su vecino que se la devolviera.
—Casualmente, iba para su casa a devolverla... ¡el parto fue tan difícil!
— ¿Qué parto?
— El de la olla.
— ¿Qué?!
— Ah, ¿usted no sabía? La olla estaba embarazada.
— ¿Embarazada?
— Sí, y esa misma noche tuvo familia, así que debió hacer reposo pero ya está recuperada.
— ¿Reposo?
— Sí. Un segundo por favor –y entrando en su casa trajo la olla, un jarrito y una sartén.
— Esto no es mío, sólo la olla.
— No, es suyo, esta es la cría de la olla. Si la olla es suya, la cría también es suya.
“Este está realmente loco”, pensó, “pero mejor que le siga la corriente”.
— Bueno, gracias.
— De nada, adiós.
— Adiós, adiós.
Y el hombre marchó a su casa con el jarrito, la sartén y la olla. Esa tarde, el vecino otra vez le tocó el timbre.
—Vecino, ¿no me prestaría el destornillador y la pinza? ...Ahora se sentía más obligado que antes.
—Sí, claro.
Fue hasta adentro y volvió con la pinza y el destornillador. Pasó casi una semana y cuando ya planeaba ir a recuperar sus cosas, el vecino le tocó la puerta.
— Ay, vecino ¿usted sabía?
— ¿Sabía qué cosa?
— Que su destornillador y la pinza son pareja.
— ¡No! –dijo el otro con ojos desorbitados— no sabía.
—Mire, fue un descuido mío, por un ratito los dejé solos, y ya la embarazó.
— ¿A la pinza?
— ¡A la pinza!... Le traje la cría –y abriendo una canastita entregó algunos tornillos, tuercas y clavos que dijo había parido la pinza.
“Totalmente loco”, pensó. Pero los clavos y los tornillos siempre venían bien.
Pasaron dos días. El vecino pedigüeño apareció de nuevo.
— He notado –le dijo— el otro día, cuando le traje la pinza, que usted tiene sobre su mesa una hermosa ánfora de oro. ¿No sería tan gentil de prestármela por una noche? Al dueño del ánfora le tintinearon los ojitos.
— Cómo no –dijo, en generosa actitud, y entró a su casa volviendo con el ánfora pedida.
—Gracias, vecino.
—Adiós.
—Adiós.
Pasó esa noche y la siguiente y el dueño del ánfora no se animaba a golpearle al vecino para pedírsela. Sin embargo, a la semana, su ansiedad no aguantó y fue a reclamarle el ánfora a su vecino.
— ¿El ánfora? –dijo el vecino – Ah, ¿no se enteró?
— ¿De qué?
— Murió en el parto.
— ¿Cómo que murió en el parto?
— Sí, el ánfora estaba embarazada y durante el parto, murió.
— Dígame ¿usted se cree que soy estúpido? ¿Cómo va a estar embarazada un ánfora de oro?
— Mire, vecino, si usted aceptó el embarazo y el parto de la olla. El casamiento y la cría del destornillador y la pinza, ¿por qué no habría de aceptar el embarazo y la muerte del ánfora?
                                                                                                                     Jorge Bucay

miércoles, 13 de mayo de 2015

Menú para monstruos

Desde el equipo de la biblioteca os proponemos una actividad. Consiste en que tenéis que, por grupos, elaborar una carta de restaurante con un "menú para monstruos". A continuación os dejamos un ejemplo. Para nosotros/as no creo que sea muy apetecible, pero para un monstruo???

Ánimo y a darle al coco. Esperamos vuestros menús.

martes, 12 de mayo de 2015

Lectura

EL CAMELLO ROBADO.

Un sabio anciano iba caminando solo por el desierto. Marchaba lentamente, contemplando el camino. De cuando en cuando se detenía, observaba el terreno y movía la cabeza como respondiendo a un pensamiento. Vio entonces, a lo lejos, dos figuras que se acercaban y se detuvo a esperarlas. Eran dos hombres que daban muestras de inquietud. Antes de que pudieran hablarle, el sabio les preguntó:
-¿Habéis perdido un camello?
-Sí, ¿Cómo lo sabes? –dijeron ello, extrañados.
-¿Es un camello tuerto del ojo derecho y que cojea de la pata delantera izquierda? –insistió el sabio.
-En efecto.
-¿Es un camello al que le falta un diente y lleva un cargamento de miel y de maíz?
-¡Sí! ¡Ése es nuestro camello! Pronto, buen anciano, dinos dónde está.
-No lo sé –respondió el anciano-, y no he visto en mi vida ese camello ni he oído hablar de él antes de ahora.
Los dos hombres montaron en cólera. ¿Cómo podía aquel viejo decir que no había visto el camello cuando lo había descrito tan minuciosa y exactamente? Tal vez él mismo lo había robado y ahora quería burlarse de ellos.
Sin pensarlo más lo amarraron y lo llevaron ante el juez. Tras haber oído lo que exponían los mercaderes, el juez preguntó al sabio:
-Anciano, ¿te declaras culpable del robo del camello?
- De ninguna manera, señor; yo no he robado nada.
-¿Cómo puedes explicar, entonces, que conocieras tan bien todas las características del camello y hasta su carga, si, como dices, no lo has visto?
-Sencillamente, fijándome en lo que veo y analizándolo con un poco de sentido común. Verá: hace unas horas advertí en el suelo las huellas de un camello; como junto a ellas no había pisadas humanas, comprendí que el camello se había extraviado. Deduje que el animal era tuerto del ojo derecho porque la hierba aparecía intacta de ese lado cuando la parte izquierda estaba comida. Supe que cojeaba porque la huella del pie delantero izquierdo era mucho más débil que las otras.
-Me parece muy ingenioso –observó, interesado, el juez.
-Luego vi que entre la hierba mordida quedaban siempre unas briznas sin cortar –dijo el sabio-, por lo que deduje que al animal le faltaba un diente. En cuanto a la carga, vi que unas hormigas arrastraban unos granos de maíz, mientras que varias moscas se afanaban en torno a unas gotas de miel que había en el suelo.
-Verdaderamente, eres un hombre sabio –dijo el juez- y veo que dices la verdad. ¿Qué pensáis vosotros? –añadió dirigiéndose a los mercaderes.
Los dos hombres reconocieron que el viejo era inocente y, tras pedirle disculpas por sus sospechas, se fueron, admirados por tanta discreción.

Cuento popular

sábado, 9 de mayo de 2015

viernes, 8 de mayo de 2015

Algo de humor

Si queréis ver 20 chistes gráficos sobre nuestra dependencia a la tecnología pinchad en el dibujo.

Novedades

En el apartado de recursos hay varias entradas nuevas y un nuevo video en valores. Esperamos que os gusten

miércoles, 6 de mayo de 2015

Más carteles




Actividad animación lectora

Esta mañana, en la biblioteca, hemos recibido a los niños y niñas de 1ºA. Les hemos contado un cuento que han escuchado atentamente y que después hemos comentado. 
A continuación han visto los libros que tenemos en la biblioteca para ellos/as y les hemos explicado cómo pueden hacer uso de la misma.
Ha sido una experiencia muy interesante y positiva.
Os dejamos a continuación el texto del cuento:

El perrito cojo. Fábula.

El dueño de una tienda estaba poniendo en la puerta un cartel que decía:
“Cachorros en venta”. Como esa clase de anuncios siempre atrae a los niños, de pronto apareció un pequeño y le preguntó:
—¿Cuál es el precio de los perritos?
El dueño contestó:
—Entre treinta y cincuenta dólares. El niñito se metió la mano al bolsillo y sacó unas monedas.
—Sólo tengo $2,37. ¿Puedo verlos?
El hombre sonrió y silbó. De la trastienda salió una perra seguida por cinco perritos, uno de los cuales se quedaba atrás. El niñito inmediatamente señaló al cachorrito rezagado.
—¿Qué le pasa a ese perrito? —preguntó.
El hombre le explicó que el animalito tenía la cadera defectuosa y cojearía por el resto de su vida. El niño se emocionó mucho y exclamó:
—¡Ese es el perrito que yo quiero comprar!
Y el hombre replicó:
—No, tú no vas a comprar ese cachorro. Si realmente lo quieres, yo te lo regalo.
El niñito se disgustó y, mirando al hombre a los ojos, le dijo:
—No, no quiero que usted me lo regale. Creo que vale tanto como los otros perritos, y le pagaré el precio completo. De hecho, le voy a dar mis $2,37 ahora y cincuenta centavos cada mes, hasta que lo haya pagado todo.
El hombre contestó:
—Hijo, en verdad no querrás comprar ese perrito. Nunca será capaz de correr, saltar y jugar como los otros.
El niñito se agachó y levantó su pantalón para mostrar su pierna izquierda, retorcida e inutilizada, soportada por un gran aparato de metal. Miró de nuevo al hombre y le dijo:
—Bueno, yo no puedo correr muy bien tampoco, y el perrito necesitará a alguien que lo entienda.
El hombre se mordió el labio y, con los ojos llenos de lágrimas, dijo:
—Hijo, espero que cada uno de estos cachorritos tenga un dueño como tú.

En la vida no importa quiénes somos, sino que alguien nos aprecie por lo que somos, nos acepte y nos ame incondicionalmente.


martes, 5 de mayo de 2015

Lectura


¡El árbol de los pañuelos!

Manolo andaba lentamente por las calles de la ciudad. A menudo miraba atrás por si alguien le seguía. 
Tenía miedo de todo, de encontrarse con algún conocido, con la policía o con algún ladrón. Se encontraba mal y tenía frío. Diciembre avanzaba y pronto llegaría Navidad.
¿Qué podía hacer? En el bolsillo no tenía ni un duro, había entrado en un restaurante para ofrecerse de lavaplatos a cambio de un plato de comida, pero cuando lo vieron con el pelo sucio y la barba sin afeitar le dijeron que no lo necesitaban.
Manolo llegó a la ciudad con mucho dinero, pensó que no se le acabaría nunca y se lo gastaba sin control. No le faltaban amigos, pero cuando le vieron sin nada y medio enfermo le dieron la espalda. Cada día pensaba alguna manera para conseguir dinero de los demás.
Recordaba a sus padres y hermanos. ¡Qué felices deberían estar en su pueblo! Pero él los había ignorado desde que llegó a la ciudad. ¿Lo recibirían si se lo pedía? Todo el dinero que le habían dado para que estudiara, Manolo lo había malgastado. Nunca les había enviado ni una carta.
¿Una carta? A Manolo se le ocurrió una idea: les escribiría, les diría cómo vivía y que dormía en la calle... Pero seguro que lo perdonarían.
El padre de Manolo volvía rendido del campo. Ya empezaba a notar los años y se cansaba mucho. Su mujer, en la cocina, preparaba la cena. Al rato llegaron los hijos a casa.
-“Papá ha llegado esta carta para ti.” –dijo Cristian.
El padre se sentó, abrió la carta y empezó a leerla. A mitad de la lectura levantó los ojos y mirando hacia la cocina, quiso llamar a su mujer, pero las palabras no le salían de la boca:
-“Isabel... Isabel...”
Su mujer y los hijos acudieron sorprendidos para ver qué pasaba.
-“Qué pasa?” –preguntó Isabel al ver a su marido tan agitado.
-“Manolo... Esta carta de Manolo. Léela en voz alta, Cristian.”
-“Queridos padres y hermanos: os pido perdón por todos los disgustos que os he dado, por el olvido que he tenido hacia vosotros, por no haber cumplido ni un solo día mi obligación de estudiante, por haber malgastado todo el dinero que me disteis para conseguir un buen futuro. Estoy enfermo, sin dinero y nadie cree en mí...”
Cristian dejó de leer, miró por la ventana y vio que los árboles no tenían hojas, hacía frío y el cielo anunciaba una buena nevada. Volvió la mirada hacia la carta y siguió la lectura:
“Si vosotros me perdonáis y estáis dispuestos a acogerme, poned un pañuelo blanco en el árbol que hay entre la casa y la vía del tren. Yo pasaré la víspera de Navidad en el tren. Si veo el pañuelo en el árbol, bajaré e iré hacia casa. Si no, lo entenderé y continuaré el viaje.”
A medida que el tren se acercaba a su pueblo, Manolo se ponía nervioso. ¿Estaría colgado el pañuelo en el árbol? ¿Le perdonarían sus padres? ¿Y sus hermanos? Pronto lo sabría ya que antes de diez minutos el tren pararía en la estación de su pueblo. El tren pasó rápido por delante del árbol pero Manolo lo vio. ¡Estaba lleno de pañuelos blancos que sus padres y hermanos habían atado al árbol! El tren se paró, Manolo agarró su mochila y bajó deprisa. En el andén, bien abrigados, porque estaba nevando, estaba toda la familia.
Aquella Navidad fue muy diferente en el corazón de cada uno de ellos. Habían sabido perdonar y 
recuperaban el hijo perdido.

Cartel


domingo, 3 de mayo de 2015